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La Leyenda de El Dorado

El Dorado…ya simplemente el nombre nos evoca misterio y aventura. Este mítico lugar fue durante siglos una verdadera obsesión para varias generaciones de aventureros o descubridores, héroes o villanos, según quién cuente la historia. Pero ¿qué era  y dónde estaba el Dorado?

Este reino estaba situado en lo que hoy sería Colombia pero su importancia y fama se deben más a la imaginación de los exploradores que a la realidad. Su mito comenzó a extenderse cuando los conquistadores españoles en el recién “descubierto” continente americano, oyeron hablar de una tribu que practicaba un rito muy especial: el rey de estas tierras era cubierto con polvo de oro y se sumergía en una laguna a la que se arrojaban joyas y piedras preciosas para aplacar a los dioses.

Hoy sabemos que este rito era ciertamente practicado por los indios Muiscas en la laguna de Guatavita  y se han encontrado allí algunas piezas de oro y piedras preciosas, pero fue la persecución de una leyenda lo que costó tantos esfuerzos y vidas, porque esta es una historia de sangre y codicia.

Ante todo debemos ponernos en situación: lo que principalmente perseguían los españoles en América desde el mismo Colón, era la gloria y la riqueza, por mucho que a veces nos lo hayan intentado contar como un anhelo de conocimiento teñido de grandes ideales. Sin quitarle mérito a su tenacidad y valentía, lo cierto es que esta gente se arriesgaba en peligrosas travesías rumbo a lo desconocido en busca de la fama y el oro.

BALBOA
El cacique Comagre y su hijo Panquiaco  hablan a Balboa de un reino de oro al sur de Panamá

Así que cuando llegaron allí, se pusieron de lo más pesados con los nativos preguntándoles (de buenas o malas formas) por esos metales y piedras a los que los indios daban a veces muy poca importancia. Esto queda patente en lo que le dijo el cacique indio Panquiaco a Vasco Núñez de Balboa en Panamá, que acababa de descubrir el Pacífico movido por la búsqueda del oro:

“Si supiera que ibais a reñir y pelearos por este oro que os he dado, jamás lo hubiera hecho. Me maravilla vuestra ceguera y locura, vosotros que decís ser tan sabia y pulida gente. Pero si tanta gana de oro tenéis, os mostraré una tierra donde os hartaréis de él”

Y ahí fue donde les habló de las incontables riquezas de los reinos que había más al sur, a donde los españoles se dirigieron de inmediato. La leyenda fue agrandándose como una bola de nieve, llegando a oídos de otro exploradores que centraron sus esfuerzos allí donde se decía que manaba oro de las fuentes. En sus incursiones se fueron encontrando con otras tribus y está demostrado que en muchas ocasiones, ante la insistencia de los invasores, los indios los enviaban a lo alto de montañas o a lo más espeso de las selvas, en plan: “nosotros tenemos oro pero los de allá arriba son mucho más ricos. Caminad  un par de meses en esa dirección y luego a la derecha ya está el oro”. Y así se los quitaban de delante y creo que se echarían unas buenas risas.

A pesar de las malas indicaciones, los españoles tuvieron éxito aunque nunca encontraran El Dorado. A sangre y fuego, Pizarro, Diego de Almagro y otros, se anexionaron tierras para el Reino de España, se conquistaron reinos como el de los incas y se descubrieron y explotaron riquísimas minas de oro, plata y esmeraldas. A veces las cosas salían mal para ellos y expediciones enteras fueron aniquiladas por los nativos, por las fiebres o las fieras. En 1524 Diego de Almagro perdió un ojo en una batalla y pronunciaría una frase que hoy en día todavía utilizamos: “Este negocio me ha costado un ojo de la cara”.

Comenzaría un flujo de riquezas desde el continente americano a España que durará 300 años: la Flota de Indias llevaba a Sevilla hasta 40000 kilogramos de oro al año. El uso que dimos a esa riqueza, los despilfarros, las corrupciones… son otra historia.

Pero los conquistadores, siempre en busca de mayores tesoros, seguían escuchando hablar de un lugar de increíble abundancia, El Dorado. Entre el juego de despiste que se traían los indios y la imaginación que le añadían los europeos que repetían la historia, esta ciudad mítica se convirtió en el objetivo de muchísimas expediciones. Los exploradores contaban que habían sido atacados por las amazonas, que habían visto sirenas y aves mitológicas y sobre todo, que habían escuchado hablar de este reino en le que todo era de oro, hasta los tejados. Tantas expediciones hubo, que en determinado momento llegaron a encontrarse en el mismo sitio tres de ellas  a la vez, allá por el año 1539.

Retrato de Lope de Aguirre, (ya tenía un careto...)
Retrato de Lope de Aguirre, (ya tenía un careto…)

Una de las que ponen de manifiesto lo peor del género humano fue aquella de 1560  en la que participó Lope de Aguirre, un soldado de mala catadura, que conspiró nada más empezar para asesinar al jefe de la expedición Pedro de Ursúa. Esta aventura acabó siendo una auténtica escabechina en la que la codicia cegó completamente a un grupo de 400 hombres, que soñando con el oro que iban a encontrar , comenzaron a preocuparse por el reparto y  acabaron liquidándose unos a otros por un botín que nunca llegarían a conseguir.

Hacia el siglo XVII, con el avance de las exploraciones, el mito de la ciudad construida con oro se fue diluyendo, pero había evidencias de que era cierto el rito del que hablábamos al principio, en el cual se cubría de oro al rey y se arrojaban joyas a la laguna. Los esfuerzos se centraron en la Laguna de Guatavita y en la de Siecha.  Está la primera en un alto rodeado de montes y en 1652 un tal Sepúlveda obtuvo permiso de Felipe II para intentar desecarla. Hicieron una zanja en los cerros y consiguieron vaciar bastante el laguito, pero sólo encontraron una esmeralda de buen tamaño.

Qué se esconderá en el fondo de la laguna de Guatavita
Qué se esconderá en el fondo de la laguna de Guatavita

Más tarde sería una compañía inglesa la que desecaría completamente la laguna encontrándose con un fondo de tres metros de lodo del que pudieron extraer algunas piezas de oro.

Ya en 1856 la laguna de Siecha fue parcialmente desecada también y se encontraron algunas piezas valiosas como la Balsa Muisca, hoy desaparecida , y que debió ser muy similar a la de la foto del principio del artículo, que se encontró cerca de allí y ahora está en el Museo del Oro de Bogotá.

Hubo más intentos de desecar las lagunas, como el de 1870 en el que se perforó un túnel de 190 metros por un lado de la laguna, con la idea de vaciarla como el que saca el tapón a una bañera. Mal final tuvo este empeño, ya que los dos organizadores y un peón murieron asfixiados en el túnel.

En el siglo XX se presentaron varios proyectos para llegar hasta los legendarios tesoros de su fondo pero no llegaron a concretarse. La laguna, con sus 25 metros de profundidad y con una visibilidad de sólo 20 cm, sigue siendo hoy en día un sueño de riquezas prometidas para algunos aventureros.

Y es que, como dijo Plutarco en el siglo I d.C.: “el agua apaga la sed, la comida calma el hambre, pero el oro no sacia nunca la codicia”

Cuchillo ritual de los incas
Cuchillo ritual de los incas

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