El Rubí, piedra de reyes
Sin lugar a dudas el ratnaraj, el rey de las piedras para los hindúes, se merece que le dediquemos un artículo, no ya porque se trate de una de las gemas más valiosas, sino también porque es una de las que ha fascinado al ser humano desde tiempos inmemoriales por su belleza y misterio. Su intenso color rojo como de sangre y su brillo de fuego, unidos a su extraordinaria dureza han hecho que se le relacionara desde la antigüedad con la fuerza y el poder. Así que los rubíes han sido testigos de importantes momentos de la historia y algunos de ellos, con nombre propio, han llegado a nuestros días cargados de avatares y leyendas.
La palabra rubí procede del latín rubrum, que significa "rojo" ( los romanos siempre tan prácticos). Está considerada una de las cuatro piedras preciosas junto con el diamante, la esmeralda y el zafiro. No olvidéis que el resto de gemas como el topacio, la amatista o la aguamarina se consideran semipreciosas. Esto es de todas formas un tanto caprichoso y tiene que ver con la escasez: la amatista se consideraba piedra preciosa hasta que se descubrieron grandes yacimientos en Brasil.
Por cierto que el zafiro y el rubí son el mismo mineral, un corindón: sólo cambia una pequeña proporción de cromo que es lo que le da su color. Así que llamamos rubíes a los zafiros rojos y se deja la palabra zafiro para los otros tonos (que van del amarillo al rosa, aunque el zafiro más conocido es el azul).
Es el mineral más duro después del diamante (9 en la escala de Mohs) y esto hace se haya usado, por ejemplo, para tallar los sellos papales.
En la antigüedad se creía - y hoy en día hay gente que lo cree- que poseer un rubí te confería inteligencia, fortuna, fuerza e incluso pasión y vigor sexual, sobre todo si se se llevaba en contacto con la piel. Esta creencia existía desde China a Roma, pasando por la India, que por cierto es de donde proceden históricamente estas gemas. En concreto, la antes llamada Birmania es la fuente de los rubíes mas apreciados, los llamados "sangre de pichón" por su intenso color y brillo. Se comerciaba con ellos a través de la ruta de la seda ya en el año 200 antes de Cristo.
Posteriormente se descubrieron los de Tanzania que alcanzan una gran pureza (es decir , con pocas inclusiones o manchas interiores) y por lo tanto, pueden llegar a ser tan caros como un diamante de los buenos. Porque, como todas las piedras, va a ser su calidad y tamaño lo que marque su precio: podemos encontrar rubíes de 50 euros o de 500000 dependiendo de la unión de estos dos factores.
Desde 1923 se pueden fabricar rubíes en laboratorio, pero estas piedras sintéticas no tienen nunca un color tan bonito como el de las naturales y son muy baratas. Son estos los rubíes que se usan en los mecanismos de relojería, ya que su resistencia a la fricción hacen que sean perfectos para fabricar los ejes.
Existen muchos rubíes famosos como el Liberty Bell, una piedra de gran tamaño que se talló en Estados Unidos con la forma de la campana que simboliza la independencia de este país. Una horterada descomunal que se custodiaba en un museo de Pennsilvania del que fue robado en 2011.
Pero mis rubíes famosos preferidos son dos: el Rubí de Timur y el Príncipe Negro, que son los que tienen la historia con más "chicha". Y sin embargo , resulta que al final no son verdaderos rubíes: son espinelas, un mineral también muy bonito que se parece mucho y que hasta el siglo XIX, no se podía distiguir del verdadero rubí debido a que no existía la tecnología para hacerlo. Así que hoy en día sabemos que se les consideró falsamente rubíes, pero tienen una curiosa historia que es lo que importa.
El Rubí de Timur fue parte del botín que consiguió el conquistador turco-mongol Timur, también llamado Tamerlán, cuando saqueó Delhi en el año 1348. Esta joya pasó a su sucesor Jahangir, que hizo grabar su nombre sobre ella. Su esposa le echó una tremenda bronca por haber estropeado así la piedra, a lo que él contestó: "Puede que nuestra dinastía desaparezca, pero mientras en alguna parte haya un rey, esta joya le pertenecerá seguramente y hará que mi nombre sea conocido para siempre". Ese ansia de perdurar, de no ser olvidado, es una de las debilidades humanas que más me llaman la atención: ese querer pasar a la historia como si eso nos librase de la muerte...No hay duda que debemos a ese anhelo muchas de las grandes obras y también muchas de las grandes barbaridades de la historia.
Muchos serían los viajes del rubí a lo largo de los siguientes 500 años, pasando de príncipes y sultanes a usurpadores, de gobernantes asesinados a las manos de sus asesinos, moviéndose de un lado a otro desde Delhi hasta el Punjab. Pero el vaticinio de Jahangir se cumplió: cuando, en su expansión colonial, el Reino Unido conquistó esas tierras en 1849, la piedra, de 352 quilates, pasó a manos de la reina Victoria que ordenó hacerse un collar que hoy en día pertenece a las joyas de la corona británica.
El Principe Negro tiene una historia igual de movida: sabemos que pertenecía a la dinastía nazarí de Granada, los últimos musulmanes que reinaron en Al-Andalus. Es una espinela también, de 174 quilates, que ya estaba en la Alhambra sobre el año 1300. En aquella época tanto los reinos musulmanes de la península como los cristianos estaban en constante guerra, a veces unos contra otros, otras entre ellos mismos, un lío de cuidado. En una de éstas, un rey musulmán granadino, Muhammad VI, intentó conseguir con el rubí, una alianza con Pedro I de Castilla, el Cruel, que haciendo gala a su nombre, se quedó con la joya y le cortó la cabeza al rey granadino (así se las gastaban entonces).
Pero Pedro I también tenía grandes problemas para derrotar a su hermano Enrique de Trastámara y pidió ayuda a Eduardo de Gales, conocido como el Príncipe Negro por la coraza que llevaba. En pago de esta ayuda militar, Pedro le regaló el rubí en el año 1367. A partir de ahí la piedra pasó a tierras británicas donde se engarzó en la corona real y viviría grandes batallas y aventuras. En aquella época los reyes luchaban en las guerras con la corona puesta y Ricardo III la llevaba cuando murió gritando aquello de "¡mi reino por un caballo!". La corona apareció partida en dos entre unos matorrales y en adelante se decidió tener más cuidado con ella, así que pasó a estar custodiada en la Torre de Londres, Hoy en día el rubí forma parte de la suntuosa corona que luce Isabel II de Inglaterra en las grandes ocasiones. La Imperial State Crown pesa 3 kilogramos de oro (un día se le va a romper el cuello a la pobre señora) y entre sus 2700 diamantes y 200 perlas, destaca esta histórica piedra que se forjó la leyenda de volverse más roja cuanta más sangre se derramaba por ella.
Por cierto, que a los rubíes se los menciona ya en la Biblia: "la sabiduría es más valiosa que los rubíes" dice el libro de Job. Quizás nos iría mejor si siguiésemos esta máxima. Y es que, como ya hemos hablado en otras ocasiones, las joyas pueden ser símbolos de hermosos y elevados sentimientos o bien de los peores y más bajos, porque es la condición humana , con sus luces y sus sombras, lo que se refleja en ellas.