La Peste Antonina: el virus que asoló Roma
Ya sabéis que me gusta citar a Marco Aurelio, el emperador filósofo. En su libro «Meditaciones» están reflejados los pensamientos de un hombre culto y sensible de hace 1800 años, pensamientos que a veces debemos contextualizar, poner en su momento, pero que son universales y tan actuales como si se hubieran escrito ahora. Creo además que las lecciones de la Historia están ahí para que saquemos una enseñanza, pero me temo que no somos buenos alumnos.
Estoy pensando en una frase que el emperador escribió en una situación muy similar a la que nos encontramos nosotros ahora, cuando se enfrentaba con una pandemia que asoló el mundo de su época, la llamada Peste Antonina (165-180 d.C.) Se le llama así porque ocurrió durante el reinado de nuestro Marco Aurelio, cuyo apellido era el nombre de su antecesor y padre adoptivo, Antonino.
«La falacia, la hipocresía, el orgullo […] la destrucción de la inteligencia es una peste mayor que la infección que nos rodea»
Y es que al emperador le llamaba la atención, que en medio de aquel drama, las gentes seguían empeñadas en sus luchas personales, en lugar de buscar el bien común. La tragedia no detenía las inquinas y los engaños sino que los acrecentaba.
La enfermedad fue descrita por el que sería el famoso médico Galeno con síntomas como fiebre, dolor de garganta y erupción cutánea. Posiblemente se trató de sarampión o viruela, pero en cualquier caso, los europeos de entonces no estaban inmunizados y produjo una gran mortalidad.
Se cree, y es la teoría más aceptada, que esta enfermedad vino de Asia Menor, traída por los soldados romanos que volvían de una campaña, pero hay otros autores que sitúan su origen en China. Esto se sustentaría en que en los registros chinos de ese tiempo hay constancia de una epidemia, y al mismo tiempo se han encontrado restos romanos en China, que confirman que habría viajado allí una embajada comercial de Roma unos años antes de que el brote apareciese en el Mediterráneo.
El historiador Dión Casio (155-235 dC) cuenta que mató a 2000 personas en la ciudad de Roma. Por otras fuentes , se calcula que los muertos en el Imperio habrían sido 5 millones, y sabemos que diezmó el ejército , extendiéndose también al norte del Danubio a las tribus germanas. Se produjo una grave crisis económica y , aunque el mundo romano duraría todavía varios siglos, puede decirse que las cosas no volvieron a ser las mismas tras la epidemia .
La gente abrazaba la magia y a los charlatanes: se popularizaron toda clase de amuletos, y como ocurriría siglos después con la peste bubónica, se creía que las piedras preciosas protegían de la enfermedad. La explicación a esto es bien sencilla: los adinerados eran los únicos en aquella época que podían acceder a esas gemas. Por lo general sus condiciones higiénicas eran mejores, así que enfermaban menos. La superstición era lo único que les quedaba a muchos, ya que no había medicamentos ¿Os imagináis enfrentarse a la enfermedad sin paracetamol, ni antivirales, ni antibióticos? Vinagre y mostaza era todo lo que podía recomendar Galeno.
Qué suerte tenemos en nuestros tiempos, y sin embargo, a pesar de saber perfectamente que es la ciencia la que nos salva, no hemos sido capaces de destinar más recursos a la prevención de la actual pandemia del coronavirus, de dar más importancia a la investigación para estar mejor preparados, ni hemos escuchado a los científicos que llevaban tiempo avisando.
En cambio, como hace 18 siglos, parecemos más interesados en seguir tirándonos los trastos a la cabeza: falacia, orgullo e hipocresía acompañan la peste. Ni los gobernantes de un color ni los de otro, ni los de ahora ni los que estuvieron antes, tomaron medidas y ahora ninguno reconoce sus errores, sólo parecen ser capaces de señalar los del contrario.
Pero sería muy sencillo echarles la culpa a ellos como si fuesen de una especie aparte, cuando lo cierto es que son como nosotros. Quizás deberíamos los ciudadanos empezar por exigirnos más a nosotros mismos, cada uno ante el espejo, aplicándonos un poco de la filosofía de Marco Aurelio:
«Si no es verdad, no lo digas. Si no es bueno, no lo hagas»
«Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja»
«No pierdas más tiempo argumentando cómo debe ser un buen hombre, sé uno»
A lo mejor así la próxima generación de gobernantes saldrá mejor.