Las semipreciosas: aguamarinas, amatistas y topacios
Le debía un artículo a las piedras semipreciosas, ahora que ya hemos hablado de los diamantes, esmeraldas, rubíes y zafiros. Pareciera que ese prefijo "semi" las relega a una categoría inferior y en cierto modo, así es. Pero hay mucho de convencionalismo en esa clasificación, ya que se debe simplemente a que son mucho más abundantes. Esto no tiene que ver con la belleza, sino con el precio que los seres humanos ponemos a la exclusividad o la rareza de las cosas. Lo cierto es que algunas semipreciosas son muy bonitas y fueron consideradas a la altura de las otras durante muchos siglos, hasta que se descubrieron grandes yacimientos que las hicieron bajar de valor.
Esto fue lo que ocurrió con las Aguamarinas, una piedra que cuando tiene buen color y brillo, es una preciosidad. Su nombre viene evidentemente, de su tono parecido al color del mar y con el mar ha estado siempre relacionada: los marineros de la Antigüedad creían que llevar un amuleto con esta piedra podía protegerlos de las tempestades. Es una variedad azul del berilo, por lo que viene siendo "prima" de las esmeraldas y las hay de muchos tonos: desde el azul claro hasta las de tintes verdosos. Las mayores minas están en Brasil, aunque también son grandes productores otros países como Afganistán, Rusia o Mozambique.
Se dice que en la Antigua Roma, para valorar una aguamarina, la sumergían en agua de mar y sólo aquellas que se volvían "invisibles" por ser del mismo tono que el entorno, eran consideradas de buena calidad. Hoy en día se valora que tengan un tono azul lo más intenso posible y cuando una tiene este color y además es de buenas dimensiones, del tamaño de una avellana hacia arriba, puede llegar a ser bastante cara. Eso si, nunca alcanzará el precio de una piedra preciosa de buena calidad y mismo peso. Hay aguamarinas desde 20 euros por quilate hasta de 800 por quilate, según la calidad. Para que os hagáis una idea, una aguamarina de excelente color y sin impurezas de cinco quilates puede costar 500 euros, mientras que un diamante equivalente costaría 100.000.
Es frecuente que se la confunda con otra semipreciosa, el Topacio azul, una piedra más económica pero que a mi me encanta. El topacio es de otra familia, los silicatos y los hay de todos los colores: rojizos, amarillos, fumé (de color ahumado) y azules. Antiguamente se creía que los topacios cambiaban de color en presencia de un veneno, de ahí que fuese frecuente que estuvieran a mano en las mesas de reyes y otras gentes que podían temer por su vida. Como decía, comparados con las aguamarinas, suelen ser más baratos y una buena opción para tener una hermosa piedra sin tener que pedir una hipoteca.
Hay que decir que hoy en día es frecuente que estas piedras sean sometidas a tratamientos para mejorar su color, por ejemplo elevándolos a altas temperaturas o irradiándolos. Aunque esto, por lo general, permite disponer de piedras de buen tono a menor precio, a veces puede hacerlas ser más caras, debido a lo costoso y sofisticado del tratamiento. En la foto podéis ver un ejemplo de topacio London Blue, que se consigue irradiando un topacio en un reactor de neutrones. Este proceso es tan caro que hace la piedra sea más valiosa, además de conseguir un tono que no existe en la naturaleza: un profundo azul con destellos eléctricos.
Y llegamos a la Amatista, la piedra de los nacidos en este mes de febrero, que con su tono púrpura o violeta, es una gema usada también desde la Antigüedad y a la que se atribuían poderes sanadores muy interesantes: en concreto, se decía que sostener una quitaba los molestos síntomas de la resaca y más aun, sosteniendo una en las manos, se te pasaba la borrachera. ¡De hecho su nombre viene del griego "amethystos" que significa "no-borracho"! Había quien bebía el vino en una copa hecha de amatista porque ésta anulaba los efectos del alcohol...
Siempre fue una piedra relacionada con el vino, debido a su color: la mitología greco-romana dice que la piedra nació cuando el dios Baco, la divinidad de la juerga y los placeres sensoriales, lloró sus lágrimas de color del vino sobre una roca blanca. Fue también piedra de emperadores, ya que el púrpura era el color de su cargo y en la Edad Media sería el símbolo de la castidad: todavía hoy en día es la piedra elegida por muchos cardenales de la Iglesia. Por cierto que Leonardo Da Vinci estaba convencido de que tener una amatista aumentaba la inteligencia: no es por contradecir al genio renacentista, pero yo las he tenido muchas veces en mis manos y no he notado nada (a lo mejor necesitaría una bien grande). Curiosamente, los monjes tibetanos usan una especie de rosario con cuentas de amatista porque creen que favorece la meditación.
Las amatistas son cuarzos que tienen presencia de átomos de hierro y al igual que las anteriores, su precio bajó mucho desde que se descubrieron grandes yacimientos en Brasil en el siglo XIX. Es una piedra que se encuentra en todos los continentes y puede ser de tonos que van desde el rosa intenso al violeta oscuro, como las que se extraen en Uruguay y que son de las más valoradas del mundo.
Un primo cercano de la Amatista es otro cuarzo, el Citrino, de color amarillo dorado. Como es escaso, es frecuente que muchas veces sean amatistas a las que se ha dado calor, con lo que cambian su color del violeta al ámbar.
En cuanto a su precio, y al igual que el topacio, no es la amatista una piedra excesivamente cara y es una buena opción si te gusta su color: ya veis que la Naturaleza nos brinda todo un arcoiris de gemas con una infinita variedad de tonos. Hay muchas más piedras semipreciosas de las que hablaremos otro día, muchas de ellas con preciosos colores, como la turquesa, el lapislázuli, las ágatas, los granates... Algunas son poco conocidas, como este cuarzo limón que acaban de mandarme y para el que todavía no he pensado el diseño (ya os lo enseñaré cuando la haya montado)
Con toda esta maravillosa variedad de gemas, de lo que se trata es de elegir la piedra que nos parece bonita y por supuesto que está montada de una manera que nos atrae. En el mundo de la moda todo va muy rápido: un año viene el rosa y al siguiente el verde, por lo que creo que no nos debe influir este tipo de consideraciones y convertirnos en esclavos de las modas. La joya, si es ya de un valor, suele ser algo para mucho tiempo y al elegirla, creo que hay que buscar aquella que a uno le dice algo, que va con su estilo y que "conecta" con uno mismo. Pero tampoco tiene que ser siempre definitivo: lo bueno que tiene una joya es que, si pasado el tiempo, te cansas de su diseño, se puede fundir el oro y hacer una pieza completamente diferente, con la ventaja de que ya tienes los materiales, que son lo más caro.
Una buena opción para lucir siempre la joya adecuada y con el color acorde a la tendencia de cada momento, es que te compres un montón de joyas diferentes: esta es la opción que más nos gusta a los joyeros, jejee.